DEMOCRACIA | Elecciones, la rueda de Hámster
DEMOCRACIA
El hámster corre, y corre mucho. Al correr, se ejercita, crea músculo, libera tensión. Pero no llega a ningún lado. Porque la rueda no está ahí para llevarlo a ningún lado, sino apenas para aliviar su vida en la prisión.
En un país tan engolosinado con la simulación como es el nuestro, las elecciones son nuestra peculiar rueda de hámster. Y la (mal) llamamos democracia. Porque repetir nuestra ancestral y carísima simulación de cada tres y seis años (un freak show de acarreados, despensas, baratijas de regalo y toneladas de basura multicolor), para elegir al o la “menos peor”, es más triste –pero igual de inútil– que una horchata de coco agria en un mediodía tuxtleco.
En una democracia con mediana dignidad, no sólo nuestros candidatos supondrían que tratan con personas inteligentes (y nosotros, con seres de inteligencia superior, al menos, a la de un triste pollo), sino que la ciudadanía se comportaría como eso: como ciudadanía. No importaría si crees con firmeza irreductible en la validez de tu sufragio; si acudes a anular tu voto como expresión de repudio (aunque inútil en los hechos); o si descorazonadamente nomás ya no crees en nada. Nada de ello importaría, siempre que ejercieras tu ciudadanía a diario, más allá del período electoral.
Que defendieses lo público: tus parques, tu calle, tu agua, tu paisaje, tus impuestos.
Que peleases hasta el mínimo centímetro de tus derechos (llega a la oficina con los pelos verdes y parados). Que soñases con una pared, con tres o cuatro ríos (JEP dixit), con un barrio, una ciudad y un país más o menos deseables.
Que tuvieses todo eso en mente y que cada día ayudases a construir un pedacito. Y a reclamarlo, desde luego.
Decía un viejo canciller alemán que “la política es demasiado importante como para dejársela a los políticos”. Pues eso.
¡¡Democracia para todos!!
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