TUMBABURROS | ¿Ni un pelo de tonto?
Unos dicen que serlo es condición de nacimiento y que para eso no se estudia. Otros más que en realidad no se es, sino que se hace. Sustantivo y calificativo al mismo tiempo, el pendejo es universal y omnipresente. Puede estar en cualquier lado, sin distingo de condición social, ideología u oficio. Nadie escapa de ser increpado pendejo, cualquier día, al menor descuido.
La palabra proviene del latín pectinicŭlus, que significa “vello púbico”. Debido a ello, se usó para designar así, despectivamente, a los jóvenes. De ese modo, la palabra quedó ligada a toda actitud con tintes de adolescencia, para decir joven, tonto y/o inexperto, con mayor o menor carga de grosería, dependiendo de cada país.
En Argentina y Paraguay, la palabra es usada para referirse a alguien joven. En El Salvador o Costa Rica significa cobarde o miedoso. En Perú, astuto (pasado de listo) o travieso. En Chile, tonto y también miedoso. En Venezuela, tiene un uso peculiar. Debido a la ubicación anatómica del vello púbico (eso incluye los pelos del ano), éste suele ensuciarse con cada evacuación.
Por eso cuando a una persona le pasa algo desagradable por estar o meterse donde no debe, se dice que eso le pasó “por pendeja”. En México, en cambio, lo usamos del mismo modo que usaríamos un bat fuera de un campo de beisbol. No hay insulto más contundente y definitivo que llamar pendejo a quien, a juicio nuestro, nomás no sirve para nada, igualito en todo a un vello púbico.
Y tanto éxito ha tenido el uso mexicano que el famoso tumbaburros de la Real Academia Española hizo saltar del tercero al primer puesto la acepción de “hombre tonto, estúpido”. En tanto, la acepción original pasó al sexto sitio. Y es que, la verdad, decir “ése que va allá es un vello púbico”, como insulto, resultaba una pendejada.
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