Dr. José Guadalupe Méndez Toscano | RECTOR DE LA UNIVERSIDAD SAN MARCOS

El ser humano necesita de la educación, precisamente, por ser un ente social. Es decir, vive y convive en una sociedad y, por ende, debe saber comportarse para ser feliz y hacer feliz a los seres con los que convive. Y por ello la labor y vocación del maestro resulta imprescindible. Hoy igual que siempre.

El maestro profesional es quien debe estar consciente de la doble función que ejerce sobre el discípulo: como instructor, pero también –y sobre todo– como educador.

“Nemo dat quod non habet”

Como instructor, el maestro se debe preparar lo mejor posible en el terreno de la didáctica, para desempeñarse adecuadamente en la labor de la enseñanza-aprendizaje. Y además, para ver fructificar su trabajo en la sociedad a la que finalmente sirve.

Como educador, el maestro debe tener un gran deseo de servir. Sobre todo, debe amar a su discípulo, para así transmitir y al mismo tiempo inculcar en él los conocimientos que le serán útiles en su formación y en la adquisición de valores; de manera especial, los valores éticos. Porque la educación implica, en su sentido primigenio y último, la transformación del ser humano mismo.

Desgraciadamente, en la actualidad se cumple aquel principio de Aristóteles que dice: “Nemo dat quod non habet”. Es decir: “nadie da lo que no tiene”. Y tal parece que hoy día la triste sentencia del sabio de Estagira se refleja en muchos de los maestros.

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