El circo ha albergado a personas que de alguna manera buscan otros caminos, otros destinos a los establecidos por una sociedad a veces un tanto cerrada y que tiende a crear muros o cualquier otro obstáculo a quien va en busca de sus sueños o decide intervenir su cuerpo de manera simbólica para convertirlo en un lienzo del tatuaje.
Como muchos saben el tatuaje ha sido un tema de controversia y ha servido de pretexto para la exclusión o la censura, pero a pesar de esto algunos, o algunas, han desafiado las reglas para imponer su voluntad, en esta caso cabría mencionar a la que se considera la primera tatuadora profesional: Maud Wagner (1877-1961) la intrépida artista nacida en Kansas inició su carrera circense como trapecista y contorsionista, siendo una estrella destacada y entregada al cien por ciento a su profesión, pero un día su vida cambió al conocer a Gus Wagner, un comerciante de las aguas marinas que había viajado por todo el mundo y llevaba consigo los secretos del tatuaje aprendido de las tribus indígenas. Con un cuerpo sumamente tatuado, Gus se enamoró perdidamente de Maud y le propuso una cita, el dato curioso aquí es que la trapecista aceptó con una condición: que Gus le enseñara el oficio del tatuaje. Así inició el viaje de Maud Wagner a través de esta práctica en la que se especializó y destacó, cabe señalar que todo su trabajo lo hacía a mano, a pesar de que por aquel entonces ya existían las primeras máquinas para tatuar. Gus y Maud se casaron y al poco tiempo se independizaron del circo para trabajar por su cuenta en ferias y festividades de los pueblos y ciudades de Estados Unidos, tuvieron una hija de nombre Lovetta Wagner, que continúo con la tradición del tatuaje aprendida de sus padres.
Maud Wagner, con el paso de los años, se ha convertido en un ícono de la cultura popular y en un referente en la lucha de la libertad de la mujer. Hoy en día vale la pena recordar a esta artista que ahora ha pasado a ser una leyenda.
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