A veces nos llegan noticias que parecieran parte de un complot mundial contra nosotros. En todos los índices que miden la miseria humana, los mexicanos resultamos casi campeones indiscutibles. Pero en aquellos donde lo que se mide es materia de orgullo, por poco ya ni alcanzamos un lugar de tan bajo como nos hundimos.

¿A ti te quedó el sombrero?

Así sabemos, por ejemplo, que México ocupa el segundo lugar de los países percibidos como más corruptos en América Latina (después de Bolivia). Y que es de los peor evaluados del mundo en educación, donde países como China, Japón y Finlandia nos llevan años luz de delantera.

Uno no puede menos que tener sentimientos encontrados. No todos los mexicanos somos una podredumbre de corrupción, pensamos. Lo que sí tenemos, por desgracia, es un concepto demasiado amplio de la decencia: aceptamos el palancazo para entrar a la escuela, la “recomendación” para adquirir un trabajo y el sabor del triunfo “haiga sido como haiga sido”. Por otro lado, no todos los mexicanos tenemos un nivel de alfabetización apenas superior al de un pollo. Después de todo, leemos 2.9 libros al año, claro, si incluimos ahí el instructivo de la licuadora (Guillermo Sheridan dixit).

La culpa debe ser de los políticos, decimos para consolarnos. No obstante, ellos son el resultado de lo que una sociedad produce, solía decir el comediante George Carlin: “si tienes ciudadanos egoístas e ignorantes, vas a obtener líderes egoístas e ignorantes”.

No todos los mexicanos somos una podredumbre de corrupción, pensamos.

Y si bien no todos somos así, “¿dónde entonces están los ciudadanos brillantes, honestos e inteligentes preparados para salvar a su país?”, se preguntaba también el comediante. Pero el silencio al respecto sigue siendo abrumador.