HISTORIA
Hay temas que, desde siempre, le han resultado incómodos a la humanidad. Porque no sabe qué hacer con ellos o, simplemente, no se pone de acuerdo. Uno de ellos es el de la locura.
A lo largo de la historia, las sociedades han aislado a sus enfermos mentales. Ya en el Renacimiento, El Bosco en la pintura o Sebastian Brant en la literatura usaron como alegoría una Nave de los Locos: un grupo de locos confinados en un barco, rumbo a la Tierra de los Necios (o Narragonia).
Lejos, muy lejos, de esa tradición confinadora, Geel, una pequeña ciudad de Bélgica, optó por lo contrario: dar refugio a la locura… y dejarla andar libre por las calles.
Milagro y locura
Cuenta una leyenda del siglo VII que Dimphna, una princesa irlandesa, huyó de su país en compañía de su confesor para escapar del ánimo incestuoso de su padre. Pero fueron capturados en Geel, donde el rey decapitó personalmente a su hija. El hecho fue de tal barbarie que algunos locos presentes recuperaron la razón.
De ahí en adelante, a lo largo de la Edad Media las familias peregrinaron hacia Greel con sus enfermos, en busca de la ayuda de Dimphna, ya canonizada. Tal vez por eso en el Renacimiento se construyó ahí un santuario dedicado al tratamiento de personas con enfermedades mentales.
Poco a poco, la costumbre de ver locos y convivir con ellos arraigó y las familias de la ciudad comenzaron a dar asilo a cada vez más enfermos no curados, que hasta hoy andan por ahí de paseo entre las calles de Geel, en Flandes, cuyos habitantes parecen entender mejor que nadie en el mundo que de músicos, poetas y de locos, todos tenemos un poco.
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