MIEDO | El miedo no anda en burro
Si el miedo nos hace sufrir, ¿por qué nos gustan tanto las historias de miedo? Aunque no lo creas: el miedo nos hace aprender.
Seguro alguna vez te has puesto a compartir historias “de miedo” con tus amistades. Y sin duda, cuando éstas se fueron, sentiste que un escalofrío te recorría la espalda al apagar la luz e irte dor mir sin nadie más a tu lado. Concéntrate en ese escalofrío solitar io, ese mirar a todos lados sin razón, esa sensación de peligro inminente. Se llama miedo.
Por lo demás, contar histor ias en torno al fuego es algo que los seres humanos hacemos desde siempre. Más aún: los relatos de miedo son de nuestros predilectos, también, desde siempre. ¿Por qué? Por nuestra amígdala cerebral, cuyo trabajo es procesar y almacenar reacciones emocionales.
Los científicos creen que aprendemos gracias a este mecanismo biológico, cuyo papel es ponernos a salvo. Es el modo que tiene nuestro cerebro (primitivo pese a todo) de decirnos: “¡Hey, cuidado con ese animal de proporciones demoníacas y colmillos largos como la mala consciencia! Te arrancará la cabeza como a Fulano, aquel día en que…”. Ok. No me acerco, ya entendí.
Y en efecto, no se nos va a olvidar. Porque el miedo es una emoción casi inextinguible una vez que lo sentimos. Y tanto lo necesitamos que no importa si evitamos escuchar o ver cosas que nos produzcan miedo. Para eso está el sueño, nuestro peculiar
modo de rememorar y aprender de aquello a lo que temimos durante el día.
Así que la próxima vez que escuches, leas o veas una historia en la que sientas miedo, no finjas valentía. El miedo es tu aliado, tu instinto de supervivencia, que trata de aprender o recordar te lo aprendido.
Eso sí: identificar tus miedos te ayudará, sin duda, a derrotarlos algún día… Tal vez.
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