NOSTALGIA

Es difícil creerlo, pero hubo un tiempo en que la “pantalla grande” hizo honor, literalmente, a su título. Un tiempo en que cabían mil personas o más en una sala de cine. Un tiempo con funciones de dos películas y permanencia voluntaria por el mismo precio.

En Tuxtla, cada cine tenía su peculiar oferta y tufo social. Los Cinemas Bonampak, por ejemplo, eran fresas, pues su público solía llegar en coche (porque lo que no estaba en el centro, estaba lejos). El Cine Chiapas, por su parte, era popular y económico; y el Vistarama, el preferido de la clase media aspiracionista: con buen sonido, cómodo y las tor tas más famosas de tres pueblos a la redonda.

El Rex merece mención aparte. No toda la vida fue porno. En sus buenos tiempos exhibió filmes como Alien el octavo pasajero. Y sí, a veces ponía algunos tiernamente subidos de tono (Barquillo de limón, por ejemplo), con una gloriosa chichi que atravesaba la pantalla durante breves, turgentes, gloriosos dos segundos. Pero nada más. Hasta que el imperio de Organización Ramírez (al que per tenecían los Cinemas Gemelos Plaza) de plano decidió comerse todo el pastel a lo largo y ancho del país, y al Rex ya no le quedó de otra que ser exclusiva y abiertamente porno.

Estaba también el Cine Alameda, cuya oferta consistía en películas mexicanas (de los hermanos Almada, sobre todo), algunas que habían dejado de estar en cartelera (deben haber pasado más de cien veces Cujo el perro asesino) y los filmes chinos que Tarantino volvió a poner de moda: El templo de los Shaolín, La venganza de los Shaolín, Los Shaolín Invencibles, El Gran Jefe, Operación Dragón…

No lo dudes: elegir un cine, incluso un horario, decía algo personal –algo inquietante– de cada cual. Hoy, ir a uno u otro da lo mismo. De verdad: lo mismo. Y ya no existen palomitas. Sólo una severa deformación de nuestro sentido del gusto (porque nadie puede nacer tan equivocado) explica que aún llamemos palomitas a esos engendros que hoy nos venden por cuarenta pesos.