Por: José Luis Castro A. | Cronista de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.

19 de marzo de 1999.

Estimado Jaime:

Hoy que por primera vez me disponía a festejar mi santo, como lo hacemos en Tuxtla, me enteré que te habías muerto. ¿Jaime Sabines, muerto? ¿El Poeta Mayor de México? No puede ser. ¡No, mil veces no! Debe haber un error. No puede ser que el autor de “Horal” y de “Algo sobre la Muerte del Mayor Sabines”, poema que lo ubicó en la cúspide de la poesía mexicana, haya muerto, me dije.

Pero, cuando la fatal noticia fue confirmada por los medios masivos de difusión, ya no tuve dudas.

Jaime: ¡Cabrón!, ¿por qué te moriste? ¿por qué putas no esperaste un poco? ¿por qué no te esperaste hasta un día después de tu cumpleaños? Pero no, tenías que salir con tu capricho, como siempre.

Ayer me dijeron que, mientras fumabas un cigarro, la vida se te iba, estúpidamente se te iba, sin que pudieras hacer nada, nada. También me dijeron que tu vida la medías por lágrimas, por sufrimientos, por angustias…

¿Por qué, Jaime, por qué te tenías que morir?, ¿Por qué nos privaste de escuchar de viva voz tus poemas sobre Dios, la vida, el amor, la muerte…? Nunca más podremos escucharte leyendo tus versos dedicados a tía Chofi, a tía Luz, a tío Julio…

Con tu muerte, nos condenaste a seguir escuchando y leyendo a los poetas prisioneros del tiempo y del olvido que, sin duda, no han leído: “Horal”, “La Señal”, “Tarumba”, “Diario Semanario”, “Yuria”, “Mal Tiempo”…

Amigo Sabines, poeta contemporáneo sin parangón, intelectual escéptico y pragmático, gigante de la poesía hispanoamericana, este 19 de marzo abriste tus alas y te perdiste en la inmortalidad. Al igual que Ramón López Velarde, José Gorostiza, Xavier Villaurrutia, Rosario Castellanos y Octavio Paz, tu nombre pasó a formar parte de la historia de la literatura mexicana.

Con Jaime, se cerró una página histórica más. ¡Sabines, el parteaguas de la poesía mexicana! Nadie como tú conoció la amargura de la vida… y de la muerte, a quien tantas veces cantaste; sin saber que fue tu eterna compañera de la vida, y de la muerte. De la pendeja muerte que nos privó de tu presencia.

En la poesía encontraste el refugio de tu soledad, de tu tristeza y de tus sufrimientos. De tus pinches sufrimientos que por fin te dejaron en paz. Pero, como ni la burla perdonas, al final de tu camino te fuiste “…llorando, llorando la hermosa vida”.