HISTORIA DE TUXTLA GUTIÉRREZ | El primer reloj público

Por: Fernando Castañón Gamboa

No se explica uno cómo Tuxtla Gutiérrez, que contó desde 1827 con una imprenta para publicar el primer periódico conocido en el estado, que fue la primera ciudad en organizar una buena distribución del agua potable, en construir un teatro decoroso, en levantar bronces a los próceres locales y nacionales y en alumbrarse con electricidad, haya sido tardíamente la tercera población en regir sus actividades cotidianas por medio de un reloj público, cuya adquisición e instalación no demandaban sacrificios que se diga.

Lo real fue que hasta el año de 1891 pudo contar con ese servicio indispensable en todo pueblo progresista, aboliendo la vieja costumbre de guiarse por el repique de las campanas parroquiales, por el movimiento de los astros y hasta por el canto del gallo, gracias al espíritu progresista del jefe político del Departamento, doctor Bernardo Martínez Baca, quien haciendo suyo el clamor popular, se propuso realizar la obra con todo entusiasmo venciendo cuantos obstáculos se le presentaron.

El doctor Baca había llegado a esta tierra en el año setenta y tantos (del siglo XIX) como médico militar del décimo batallón de línea comandado por el coronel Jesús Oliver; casó con tuxtleca fincando aquí su hogar hasta 1917 en que marchó a México, su ciudad natal, falleciendo octogenario poco tiempo después. Durante los cuarenta y pico de años que convivió con los chiapanecos se consagró por entero a impartir su ciencia en el consultorio particular, en los hospitales y en la cátedra, contribuyendo también al progreso cultural y material de los pueblos en cuantas ocasiones le tocaron desempeñar cargos públicos, virtudes que le hicieron acreedor a la simpatía, respeto y gratitud general.

Sus primeros acuerdos fueron pedir el reloj a una casa especializada en el ramo de los Estados Unidos, solicitar a la misma los servicios de un experto en la materia y construir un torreón para colocarlo, el que debía levantarse frente al palacio municipal, lindando con el portal de los Agachados o sea exactamente entre los actuales Palacio de Poderes del Estado y Federal. El 5 de febrero durante la ceremonia cívica conmemorativa del treinta y cuatro aniversario de la promulgación de la Constitución del 57 (1857), se colocó la primera piedra entre atronadora cohetería, repiques a vuelo de las campanas y de la banda de música municipal que dirigía Antonio Acuña y de allí en adelante el maestro albañil Basilio Pútico no se dio punto de reposo para concluirlo.

Una vez recibidos reloj y relojero, éste procedió a su instalación ante la curiosidad del público que se congregaba formando multitud frente al torreón. Todo parecía marchar bien, pero dos días después el ilustre gringo acudió a la peluquería de Pedro Cleris y allí le dieron a probar añejo comiteco, el que habiéndole gustado ingirió más de la cuenta, pescando tremenda borrachera. Lo grave no fue eso, sino que en tal estado pretendió reanudar su labor, trepando al torreón y como era natural perdió el equilibrio y vino a tierra haciendo añicos las dos carátulas de grueso cristal opaco del reloj. Tamaño desacato lo pagó bien caro, pues el jefe político al tener conocimiento de lo que había pasado le recetó tres días de cárcel y el retorno inmediato a su país, mientras que el regidor decano maestro José María de la Cruz improvisaba a gran prisa otras de hoja de lata para poder salir del paso el día de su inauguración.

Hasta este momento se dieron cuenta cabal las autoridades que en Tuxtla vivía don Nabor Yáñez y que era más competente relojero que el fracasado norteamericano, de manera que sin pérdida de tiempo se le encomendó la colocación del cronómetro, otorgándosele nombramiento de Inspector del Reloj Público con diez pesos mensuales de honorarios. De paso justo es decir que don Nabor fue un hombre de inteligencia nada común y muy laborioso, que prestó grandes servicios a su pueblo y causó por ello admiración en sus múltiples trabajos realizados como impresor, fotograbador, litógrafo, fotógrafo, grabador, relojero, artista de teatro, poeta, músico, periodista y exquisito bohemio que en sus años mozos participó de las inquietudes literarias en el selecto grupo intelectual del que fuera figura central el joven Emilio Rabasa, estudiante de derecho entonces en Instituto de Ciencias y Artes de Oaxaca.

Al fin, después de zanjar todas las peripecias apuntadas y, otras de menor cuantía que se omiten, circularon las esquelas de invitación para sesión extraordinaria municipal que tendría verificativo a las diez de la mañana del 15 de septiembre de 1891, en el salón de cabildos, durante la cual el jefe político haría la dedicatoria oficial de inauguración y la entrega de la obra en propiedad al H. Ayuntamiento, fecha escogida con esmero no sólo por ser el aniversario del grito de independencia sino porque

también se celebraba con gran solemnidad el natalicio del presidente de la República Gral. Porfirio Díaz.

Desde temprana hora en la fachada del palacio y en las cuatro esquinas de la azotea del torreón ondeaba la bandera nacional, mientras que otras diminutas de papel de china atadas en cordeles pendían de las paredes y vigas y grandes ramas de oloroso sabino subían las pilastras de los portales.

A las diez de la mañana se abrió la sesión, presidida por el Jefe Político, siguiéndole su secretario, el poeta y maestro Donato Zorrilla, el Presidente Municipal Ezequiel Castañón, y luego en semicírculo, los síndicos José Ma. Palacios Zenteno y Jesús Vásquez; regidores Néstor Montesinos, José María de la Cruz, José Rincón, Rafael Cruz, Leonardo Chanona, Ignacio Flores, Raúl López, Rodolfo Rodríguez y Manuel Solís; jueces locales, y rurales Martín Burguete, Arnulfo Esquinca, Zeferino Moguel y Rafael Flores; agentes municipales, Rosendo Gamboa y Carlos Domínguez.

Llenados todos los requisitos que marcaban los reglamentos en vigor y hecho profundo silencio, el jefe político pronunció un largo y patriótico discurso del cual extractamos a continuación los párrafos más sobresalientes:

“Felices los pueblos que dóciles a la voz del progreso siguen las huellas que marca el ¡Adelante! Del siglo… el desenvolvimiento social obtenido como resultado de principios sabiamente combinados, tenía que llegar hasta nosotros y natural era que al impulso de ese mágico poder, Tuxtla se sintiera conmovido y obedeciendo a la ineludible ley del progreso, se determinara a seguir en la esfera de su posibilidad, el movimiento siempre ascendente se nota… Tuxtla no presenta verdadera dificultad en el desarrollo de las ciencias ni en el adelanto material.

Por eso ahora, en esta fecha de universal regocijo para la Patria, venimos a ofrecer la inauguración del reloj público (en la cabecera del Departamento de Tuxtla) porque el mejor modo de honrar a los héroes es el de perpetuar su nombre uniéndolo a mejoras que redunden en provecho general. La necesidad de la obra que desde este instante se pone al servicio, se hacía ya sentir, pues, dado el grado de cultura a que la población ha llegado, era indispensable el exacto cómputo del tiempo que tan íntimamente se liga con las exigencias de la vida pública y privada. Recibid, pues, Ciudadano Presidente e Ilustre Cuerpo, el fruto postrero de mi expirante administración que con el valioso concurso de entusiastas vecinos y de este mismo Ayuntamiento me fue dable realizar; no busquéis en ello mérito alguno que realzar pudiera mis actos oficiales, por que envuelve tan sólo la expresión sincera del afecto que profeso a esta parte del Estado por cuyo progreso en cumplimiento de mi deber he luchado con incesante afán, aceptadla y al recordar más tarde mis débiles esfuerzos, hacedme la justicia del que no tuvo más mira que el adelanto, ni más lema que la buena fe” (Dr. Bernardo Martínez Baca, septiembre 15 de 1891).

Nutridos aplausos acallaron las últimas palabras del jefe político y hecho de nuevo respetuoso silencio, el presidente municipal, puesto de pie, respondió con emoción: “Señor jefe político: Acabáis de presentar la mejora más importante de este Departamento, la que unida a las otras que habéis hecho han engrandecido a esta ciudad inmortalizando vuestro nombre. El torreón construido por los esfuerzos de vuestro celo y vigilancia y auxiliado con la cooperación de este vecindario, interpretará vuestros sentimientos y las campanas que allí tocan desde este momento serán el eco fiel de vuestras aspiraciones… En este día se realiza la idea de inaugurar ese hermoso torreón donde se halla colocado el reloj que es tan útil y necesario; por esos dos grandiosos acontecimientos Tuxtla está lleno de regocijo y satisfacción y al dirigir sus felicitaciones al Jefe Supremo de la Nación, acompaña a vos las más expresivas demostraciones de agradecimiento. El ilustre Ayuntamiento de esta ciudad recibe con entusiasmo esta mejora de grandísima utilidad, como ofrenda de vuestros afanes, como prueba de vuestro afecto, la que adornada con las galas de la más sincera gratitud la presenta al pueblo tuxtleco diciéndole: He allí el reloj que marcará las horas trascendentales de la historia, tributad homenajes de respeto y adhesión al señor jefe político de este Departamento y unido al ilustre Ayuntamiento que os representa, vuestra alta consideración al primer magistrado del Estado por el interés que se toman en el mejoramiento de los pueblos”.

Después de que el público premió con largos aplausos los conceptos del señor presidente, pasó a la tribuna Francisco Gómez para pronunciar un largo y cansado discurso lleno de afectaciones y de citas históricas, bíblicas y mitológicas, cursilería muy en boga en la oratoria de aquellos tiempos, usada para darse baños de erudición ante una concurrencia que en su inmensa mayoría la constituían gentes sencillas y trabajadoras. Habló del Universo, del Mártir del Gólgota, de la Atlántida, de Egipto, Grecia, Roma y Palenque, de Miguel Angel, Tizoc y Cuauhtémoc, acordándose muy poco de los héroes nacionales, del natalicio del general Díaz y del reloj público, concluyendo para descanso del auditorio, con estas frases: “Si Tuxtla marcha por la armonía de sus habitantes en la era del progreso como lo justifican hoy con el reloj que dará servicio público, tendrá además de su buen nombre, un timbre de adelanto, norma que seguirán las generaciones del porvenir, a la vez que merecerán el recuerdo grato de profunda admiración, como tienen en San Petersburgo con la estatua de Pedro el Grande, como lo tienen los romanos en la de Marco Aurelio, los norteamericanos en Washington, los sudamericanos en Bolívar, los mexicanos en Hidalgo y los tuxtlecos en Gutiérrez”. Con esto se levantó la sesión extraordinaria, previa invitación a la concurrencia para que don Conrado Palacios tomara una fotografía. Luego el reloj inició su largo caminar a las 10:30 de la mañana.

en largo recorrido muchas cosas simpáticas se pudiera contar de la vida anecdótica de nuestro reloj, pero como esta pequeña historia se va haciendo grande, bastan unas cuantas para dar una idea de ellas.

En 1892 don Nabor Yáñez renunció al puesto de Inspector del Reloj alegando exceso de trabajo en sus talleres y laboratorio particulares. A falta de otro experto el H. Ayuntamiento acordó que por lo pronto los munícipes turnándose semanariamente se hicieran cargo de la atención del cronómetro, responsabilizándose con el público. No cabe duda que aquellos señores tenían mucha responsabilidad, mucha sapiencia administrativa y muchas y muy buenas intenciones de cumplir con su deber, pero la verdad elocuente fue que carecían de lo más rudimentarios conocimientos en materia de relojería, ignorando hasta la manera de darle cuerda y corregir las manifestaciones de locura, que no tardaron en hacerse notarias para asombro del pueblo, pues el sufrido reloj pronto andaba al garete, corriendo a galope unas veces, caminando a paso de tortuga en otras y con frecuencia plantándose a dormir largar horas para despertar en el momento preciso en que sus manecillas señalaban una cosa y las campanas repicaban otra. No se hizo esperar la colérica protesta del Lic. Trinidad Corzo en las columnas de su semanario La Luz, satirizando no sólo la demencia del reloj sino la de los inspectores municipales, con estos versos:

¿Quosque tanden, relojero,/ Abutere, abusarás?/ Dale al reloj mucha cuerda/ Que a la fuerza debe andar,/ O lo hace para adelante,/ O debe andar para atrás.

El 20 de junio de 1893 el Lic. Emilio Rabasa compró el local del Ayuntamiento para construir el actual Palacio de Poderes del Estado, con el proyecto elaborado por el Ing. Miguel M. Ponce de León. Con tal motivo tiempo después el reloj fue bajado del torreón y arrumbado en el cuarto del archivo municipal, entre paquetes de papeles empolvados y amarillentos en promiscuidad con fierros viejos, basuras y muebles despedazados.

El 20 de mayo de 1898 fungiendo accidentalmente como presidente municipal el diputado Rafael Vila, se acordó en la sesión ordinaria ocurrir al cura párroco Manuel de Jesús Coronel en solicitud de permiso para colocar el reloj en una de las torres de la parroquia. Cuando tal acontecimiento se hizo del dominio público se armó fenomenal escándalo político que provocó honda división y más de una renuncia entre los munícipes. El primero en criticar duramente fue el semanario El Observador, vocero oficial del gobernador del estado coronel Francisco León, diciendo entre otras cosas:

“Nos parece increíble que tan honorable cuerpo, presidido como está por el señor diputado Vila, liberal de convicciones, haya sido capaz de olvidarse de nuestras Leyes de Reforma que establecieron la completa independencia entre la Iglesia y el Estado y que prohiben a toda Corporación Oficial entrar en relaciones con los ministros de cualquier culto, quienes carecen de toda representación legal ante nuestras autoridades.

Y tanto más nos extraña la conducta observada por el H. Ayuntamiento, y es que es motivo de muy graves y desfavorables comentarios por parte de la sociedad culta y sensata de esta ciudad, cuando que, olvidándose de las disposiciones de nuestras leyes, no sólo desconocieron los derechos que la Nación tiene sobre los templos del culto católico, sino que, obrando de motu propio, no dieron conocimiento de sus actos al Sr. Jefe político como era su deber. Esto se llama simple y sencillamente tocar el bombo a toda orquesta.

En lo sucesivo para no cometer tales desaciertos, les aconsejamos a los señores concejales se persignen antes de entrar a sesión, encomendado sus almas a San Bru…no o a San Expedito, que aseguran ser algo así como el sándalo todo de los mochos que se cuelan como ratas por los salones del H. Ayuntamiento”.

Tres días después en las columnas del mismo periódico el síndico Salvador Pardo se lavaba las manos haciendo la aclaración que él no había concurrido a la sesión que tomó tal acuerdo y que por lo tanto no había formado parte de la comisión que recabó la venida del cura Coronel para colocar el reloj en una de las torres del templo. Esto acabó de agriar los ánimos y las renuncias menudearon desintegrándose todo un Ayuntamiento Constitucional.

Serenadas las conciencias y mediante la intervención del jefe de Hacienda, el reloj fue colocado en la torre en que hasta la fecha está (templo de San Marcos, 1898-1981); designándose como encargado de atenderlo al catalán Carlos Tort, mecánico que trabajó en la fábrica de Hilados y Tejidos La Providencia, del valle de Cintalapa, quien a principios del siglo (XX) dejó el puesto a Waldemaro Osorio.

En 1908 se hace cargo del reloj otro catalán de grata memoria para nosotros: don Antonio Puig y Pascual. Don Antonio vino a Tuxtla en 1907 como relojero y poco después fundó la librería El Progreso, la primera conocida en la ciudad que hasta la fecha existe conservando la tradición de la hidalguía catalana y cooperando en el desarrollo cultural de los mexicanos. Don Antonio amó a Tuxtla de todo corazón y nosotros le correspondimos de igual manera. Fue un hombre de vida intachable y de una honradez quintaesenciada, muy pocas veces igualada.

Salvó muchas vidas durante la Revolución y alivió las penas de infinidad de gentes menesterosas que sufrían el azote del hambre imperante entonces. La anécdota que voy a relatar no creo que mengüe ninguna de sus virtudes y sea referida con todo el respeto que me merece su memoria.

Un día don Antonio advirtió que el reloj no funcionaba regularmente e intrigado subía y bajaba tratando de dar con el mal. Después de mucho batallar vino a descubrir que los engranes tenían acumulada grandes cantidades de basura. Las quitaba pero pronto volvían a aparecer, hasta que sorprendido se encontró con que… una tlacuacha fabricaba su nido con toda tranquilidad entre el laberinto de ruedas y resortes.

A las dos de la mañana del trece de agosto de 1914 el reloj se paró. Como en el resto del día continuara en tal estado la gente preguntó a don Crisanto Álvarez, encargado de atenderlo, a qué se debía eso y su respuesta inmediata fue:

“―Yo detuve el reloj a esa hora, porque en ese momento vi que abandonaba Tuxtla el gobernador del estado Bernardo A. Z. Palalox y esto indica la hora en que ha terminado en Chiapas el odioso gobierno del traidor Victoriano Huerta”.

Viene la Revolución (14 de septiembre de 1914) y nuestro reloj para estar a tono con la época, tenía que recibir su bautismo de fuego, porque el reloj, como los hombres que damos la cara al público, no sólo recibimos caricias sino también zarpazos.

Una noche en que varios oficiales carrancistas andaban de parranda en la cantina de don Teófilo Ramírez, situada entonces en los extintos portales de la plaza, el capitán Mariano Liévano, ayudante del gobernador del estado coronel Pablo Villanueva, quiso probar su puntería y descargó la pistola sobre el reloj, dejándolo ciego del ojo derecho por muchos meses.

Aquí se acaba la historia del primer reloj público conocido en Tuxtla y que muchas gentes en el diario devenir pasan frente a él por los parques y jardines mirándolo con indiferencia y hasta con desdén.

Quien sepa otras cosas más, que las cuente. Yo creo haber cumplido con un deber al revelar sus secretos, porque no deseo que se pierda y porque es digno del cariño popular.

Amo a mi anciano reloj (1891-1981) porque sus campanas cerraron los ojos de nuestros padres y abuelos, porque me dieron la bienvenida al mundo y porque inexorablemente cerrarán también mis ojos.

Notas del editor.

 

 

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