Historias de mi México

Allá por el mil ochocientos treinta y tantos, hubo en México un caso nunca visto: un grupo de bandoleros asaltaba con frecuencia las diligencias que recorrían el camino de Veracruz a la capital, a la altura de Río Frío. Al mismo tiempo, en la ciudad de México se desató una ola de robos y asesinatos. Todo muy bien concertado, al parecer. Detrás de los numerosos maleantes se encontraba, en calidad de orquestador secreto, un coronel apodado Relumbrón que tenía un carácter jactancioso y ostentoso en exceso, y que desempeñaba el cargo de jefe del estado mayor del presidente Santa Anna. Ignoraba que era hijo de una rica señora de Morelia y un platero, quienes lo protegían a distancia para no revelar su parentesco. El coronel llevaba una doble existencia: por un lado, buen esposo y padre, hombre influyente y en apariencia honorable; por el otro, jugador empedernido, amante de varias mujeres y enredado en negocios turbios. Su vicio por el juego y el derroche lo llevan casi a la quiebra, debido a lo cual organiza en su provecho una amplia red criminal, aunque manteniéndose en el anonimato, incluso para quienes eran los ejecutores de sus órdenes. Sólo lo conocen Evaristo, Don Santos (un platero, a quien supone compadre suyo y no su progenitor) y don Pedro Cataño. Cada cual tiene su historia: Evaristo era ebanista, había abandonado a su amante Casilda para casarse con una sirvienta del Conde del Sauz y aburrido de ésta la asesina y huye a Río Frío donde se hace pasar por honrado ranchero y allí organiza una pequeña gavilla de asaltantes. Evaristo guardaba rencor a la frutera Cecilia, rica comerciante de Chalco, por haberlo desdeñado a pesar de su nueva condición. El platero Don Santos había hecho su fortuna traficando con alhajas robadas y a las órdenes del hijo fabricaba moneda falsa. Don Pedro Cataño, hijo del administrador del Conde del Sauz, se enamora de la Condesita Mariana y procrean un hijo al que ocultan porque el Conde no consintió en el matrimonio y la pareja teme la ira del noble. El verdadero nombre de Cataño era Juan Robreño, quien para auxiliar a Mariana deserta del ejército, huye para no ser fusilado y cuando vuelve se entera de que su pequeño hijo se ha perdido. Así, sin esperanza de casarse con su amada, se lanza al pillaje a las órdenes de Relumbrón. El niño extraviado pasa de mano en mano, con personas muy pobres hasta que, ya adolescente, se pone de aprendiz con Evaristo, pero al presenciar el crimen de éste, huye para no ser incriminado. Durante una leva lo incorporan al ejército junto con otros dos muchachos: Espiridión, hijo de dos rancheros indígenas y Moctezuma III, presunto heredero del infortunado emperador azteca.

Por cosas del destino, el supuesto huérfano queda aislado de su tropa y parte para la Feria de San Juan de los Lagos -hoy Lagos de Moreno, en el estado de Jalisco-, allí lo recluta Relumbrón, quien le encarga su hacienda de Arroyo Prieto sin descubrirle sus acciones criminales. El Coronel goza de la confianza del Presidente, del Marqués de Valle Alegre -pretendiente a la mano de Mariana, quien se resiste a la boda y enloquece-, y del licenciado Oloñeta, juez recto y digno. Las fechorías de Relumbrón se multiplican: comanda a los bandidos de Río Frío a través de Evaristo, inquieta las haciendas del estado de Morelos con la gente de Cataño, fabrica moneda falsa y la distribuye mediante el cuñado de Oloñeta, organiza a los ladrones de la capital con el concurso de una corredora de joyas, Doña Viviana, y de un malhechor, el tuerto Cirilo; obtiene múltiples ganancias del juego de barajas aliado con Don Moisés, experto tahúr, y se inmiscuye en la política de Jalisco, donde anima una sublevación que fracasa. Apremiado por sus deudas y gastos, ahora roba en persona la casa citadina del conde del Sauz. Eso será la causa de su perdición, pues con las prisas y el horror de los asesinatos ahí cometidos, deja caer su cartera en el lugar donde el Conde guardaba el dinero.

Cuando el robo se descubre, aparece entre las monedas la cartera con el nombre del Coronel. A ese hecho se añaden las denuncias de varias personas y el propio Oloñeta se encarga de reunir las pistas hasta lograr la captura y condena del Coronel y sus cómplices, menos Pedro Cataño, quien se separa de su jefe y cuya participación se redujo a hostilizar ciertas haciendas, y su hijo Juan, con el cual se había encontrado por azares del destino. Padre e hijo se marchan a la hacienda del Sauz, libran al Conde de un ataque indio y el aristócrata da su consentimiento en la boda de Mariana con Robreño, además de reconocer al hijo de ambos como heredero de sus bienes. Por otra parte, Relumbrón confiesa sus crímenes y se le sentencia a morir en la plaza pública aplicándole el garrote vil, aparato con el que se estrangulaba a los reos.