Los preparativos de la máxima fiesta del futbol han sido polémicos. Principalmente, por el alto costo que el Mundial ha significado para los contribuyentes brasileños y la cada vez mayor reducción del gasto público en aquel país (más de $18,000 mdd sólo este año).

Aunque no existen cifras exactas, según las estimaciones publicadas en internet por la Asociación Brasileña de Infraestructura e Industrias de Base (ABDIB), la fiesta del futbol le costará a los brasileños, al menos, unos $63,700 mdd.

No obstante, los beneficios de ese gasto no serán, digamos, muy medibles para los contribuyentes cariocas, al menos durante algunos años, según el propio secretario general de la FIF, Jerome Valcke. Más aún, dijo, porque Brasil también organizará los Juegos Olímpicos en 2016.

Pero esa especie de “pague y sueñe ahora, luego haremos bien las cuentas” no parece agradar demasiado a miles de brasileños que han salido a las calles: hasta 250 mil personas en una sola manifestación. Y ante la posibilidad de que las protestas afecten la realización del Mundial, el gobierno de Dilma Rousseff decidió sumar una raya más al tigre e invertir un poco más en materia de seguridad para el Mundial: $863 mdd. Eso incluye armas de “baja letalidad”, cámaras y equipos de inteligencia, entre otras cosas.

Sea como sea, nomás de pensar en esa ingente cantidad de recursos, uno no puede menos que ponerse a imaginar la cantidad de canchas, balones, espacios e infraestructura pública que ese dinero podría pagar. Pero ni modo, hay que interrumpir esos pensamientos porque ya mero empieza el próximo partido y aún no están listas las botanas.