De niño, había cosas que me alegraban infinitamente el día. Una alegría sencilla, infantil, pero clara como el cielo de un día de pinta de la escuela. Ejemplo: ver a mi madre aparecer con una última edición de Clásicos Ilustrados. O a mi padre, con la harto erotizante Hombres y Héroes. O tomar un helado en el Greyhound a Copoya, a la salida del kínder.

Uno de esos placeres sencillos era también la horchata de coco. No era bebida de todos los días, sino una especie de premio para el cargador de los mandados: usualmente yo. A veces, sin embargo, tenía que emplearme durante tres o cuatro viajes al Mercado “Díaz Ordaz”, antes de obtener una sola horchata. Llegado el momento, además, debía hacer acopio de todo mi temple infantil para no caer víctima de la ansiedad. La gente se amontonaba frente al localito: ¡tres sin hielo!, ¡ una bien fría, pero ya, que se me va el camión, ingrato! Y yo ahí, con mis cinco años a punto del patatús, temiendo que la horchata se acabara. O peor: que me dieran el último resto de la olla, que ya no sabe a nada más que a hielo de dudoso origen derretido.

Gracias a esa horchata, capaz de salvar el acalorada alma del tuxtleco bajo el canijo sol de la 1 pm, los colores del regreso a casa parecían más intensos. El naranja de los flamboyanes y cupapés de San Roque, el verdiblanco de la flor de mayo en los jardines de las casas, el azul cielo del guajolotero Greyhound… La horchata de coco tenía la virtud de transfigurarlo todo o, tal vez, de sacar a flote la belleza de las cosas más sencillas.

Hoy día, a veces, mi esposa y yo nos vamos de pinta al Jardín Botánico. Ya no tiene manatí y, si se acerca uno mucho al drenaje abierto que otros llaman Río Sabinal, el sitio huele mal. Mas su sombra y brisa siguen ahí, en vías de extinción pero aún frescas. Y ahí sigue también su famoso puesto de horchatas de coco.

Horchata en mano, bajo la sombra del paseo, nuestras almas simples y el horror a 40º C del paisaje tuxtleco al fin se reconcilian. Y nos vamos por ahí, contentos, soñando con pasados gloriosos y futuros posibles para una ciudad que ya no existe.