Cuenta la anécdota que un torrencial aguacero marcó el destino del hoy maestro artesano tallador de máscaras y promotor cultural de Chiapa de Corzo, Antonio López Hernández. Dándonos a conocer poco a poco la transformación de trozos de madera ordinaria en verdaderas obras de arte, dignas de las mejores galerías del mundo.

Por las noches, cuando ya había terminado sus labores de mozo, ayudante de albañil y otros modestos empleos que desempeñaba, bajo la luz del quinqué -porque entonces no había luz eléctrica ni agua potable-, copiaba los dibujos…“Hice una Virgen de Guadalupe, sacada de una estampa religiosa, y le gustó mucho al maestro albañil cuando se lo enseñé. El se lo comentó a mi papá, quien dijo que me iba a meter a la escuela del maestro Vargas Jiménez”, nos cuenta.

Dar vida a la madera es su oficio, compartir el conocimiento que adquirió desde aquel 22 de febrero de 1952 lo mantiene vivo, enseñando a jóvenes interesados en guardar respeto y conservación a las técnicas tradicionales… “lo que aquí se aprendió, aquí se debe de quedar”.

El maestro Antonio López Hernández es un hombre sin secretos, listo para ser exprimido como una tapa de limón o de naranja, hasta la última gota, con su labor se han recuperado antiguas técnicas prehispánicas para la preparación de aceite de chía, sustancia que se emplea en el pulido y acabado de las máscaras, y su trabajo ha contribuido al rescate de las mismas en la zona zoque.

“Con la tecnología, las ciudades y los pueblos se pierden las costumbres, el dinero trastorna y pone signo de pesos en los ojos de cualquier artesano interesado en lo comercial”, pero para quienes el respeto y cariño de su pueblo es parte de su vida ser un “Don nadie con millones” no es más importante que su vocación para trabajar y transmitir su conocimiento. “Preferí aguantar hambres, a pesar de que me insistían que yo hiciera trabajos artesanales, pero chafas. Yo les decía que no, que yo no había nacido para eso. Entonces, me aguanté y decía que algún día valorarían mi trabajo y tal vez me dieran la oportunidad de enseñar”.

“Para llegar a ser alguien, no es necesario ir a la universidad, todo es el deseo de superación”

A sus casi 77 años elabora de 2 a 3 máscaras al mes, cada una en un promedio de 8 a 10 días con madera de cedro, aunque antes trabajó con álamo, una raíz de balsa, que dejó de utilizarla porque ya no fue fácil conseguirla como consecuencia del cierre de las compuertas de la presa La Angostura. El periodo de mayor producción de máscaras del maestro Antonio es de octubre a enero, pero se dedica también a la elaboración o restauración de imágenes religiosas a lo largo del año.

Al paso de los días un rectángulo, que mide 20 x 18 cm y 12 de ancho, se convierte en una máscara de Parachico, trabajada en manos de un personaje inspirado en los dibujos prehispánicos de Jesús Helguera; las caricaturas de Walter Lantz; la primer novela de Cristóbal Schmid, Genovesa de Brabante; las obras de Dumas y Julio Verne; las historietas de Gabriel Vargas, autor de La familia Burrón; sin olvidar las canciones de José Alfredo Jiménez y “El Barzón” de Luis Pérez Meza. “Para llegar a ser alguien, no es necesario ir a la universidad, todo es el deseo de superación”, con sus 2 años de primaria, su trabajo ha sido expuestos en Tuxtla Gutiérrez, Oxchuc, Palenque, Ciudad de México, Japón, Colombia, Cuba, Jamaica y República Dominicana. Ha recibido diversas distinciones, entre ellas el premio entregado por la Asociación Angel Albino Corzo; primer lugar en el concurso de máscaras en el Museo de la Laca de Chiapa de Corzo; premio estatal de artesanías Fray Bartolomé de las Casas; reconocimiento por la calidad de su trabajo artesanal otorgado por Fomento Cultural Banamex, A.C. (1996), lo que le permitió ser incluido en el libro 150 Grandes Maestros del Arte Popular a Nivel Nacional; Premio Nacional de Ciencias y Artes 1998.

Orgulloso de sus raíces, “Mi mamá, Elena Hernández Méndez, lavaba ropa; mi papá, Domitilo López Díaz, trabajaba como obrero. Era  un milusos: fue herrero, peluquero, sastre y muchas cosas más”. Tiene instalado su taller desde 1974 en su casa particular en la calle Benito Juárez 253, donde vive con su actual esposa, Matilde Díaz Gómez, y los 4 hijos de ella: Marcos, Fabián, Josefi na y Eduardo, a quienes ve como propios.

LA MADERA HECHA MÁSCARA

La máscara de Parachico es la interpretación que los indígenas de Chiapa de Corzo tenían de las facciones faciales de los españoles. Su origen data de la época colonial, cuando llegó al pueblo de Chiapa de los Indios (Chiapa de Corzo) Doña María de Angulo con su hijo enfermo;  los indígenas, con la finalidad de divertir al niño, elaboraron estas distintivas máscaras con rasgos de españoles. La máscara le da un carácter especial a la indumentaria del Parachico, y representa para el santero que la elabora un trabajo de dedicación y devoción.

Las maderas que se utilizan en su confección son: cedro, raíz de álamo, jobo y guanacaste, cuestan entre 2 mil y 5 mil pesos o hasta 10 mil pesos para coleccionistas. Estas máscaras son empleadas para bailar la danza más importante de Chiapa de Corzo, en los festejos del santo patrón San Sebastián, que se realizan del 15 al 23 de enero de cada año; fiesta famosa por su colorido desfile de los paranoicos u hombres enmascarados.

El Parachico es un danzante que porta una máscara tallada en madera, una montera, es decir, peluca burda tejida con ixtle, como vestimenta lleva una chalina amarrada a la cintura como delantal, un pantalón negro, un sarape multicolor, un pañuelo al cuello y una aja bordada a la cintura. Hoy es considerado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.