CELEBRACIÓN | Recalentado para solitarios

Como todo mundo sabe –y la Wikipedia confirma–, el Grinch es un personaje del Dr. Seuss, aparecido por vez primera en 1957. De entonces a la fecha, nos ha dado por llamar “Grinch” a toda víctima de esa profunda desventura que es la falta de espíritu navideño. Pero ni el original ni los otros grinches odian exactamente a la Navidad. En todo caso, no participan de esa cursilería bien intencionada pero ridícula (a más no poder) que rodea a ese festejo.

Lo sé porque soy uno de esos Grinch. Aun así, creo que nadie con dos dedos de frente y más de un palmo de barriga puede odiar la Navidad. En mi caso, al menos, lo que me parece aborrecible en estas fechas es el prójimo, su proximidad empalagosa, sus ganas de brindar a la menor provocación por la paz del mundo, con ese modito de entornar los ojos que deviene en lágrima fácil en aquellos que se saben satisfechos de ser las horribles personas que son, pero que se sienten buenos cada vez que Lucero los conmueve.

Sí. Aborrezco los gestos navideños de todas esas buenas personas. Le prendería fuego a todas y cada una, de no ser porque amo la suculencia de su comida navideña.

¡Ah, la comida navideña! Dadme un pavo entero y lo reduciré a huesos. Dadme huesos de ternera y prepararé un gravy. Dadme cinco hermosos bacalaos noruegos y los velaré dos días con sus noches junto a la tina donde los desale; y luego daré cuenta de cada uno de ellos a cucharada limpia, en crema, en empanadas, en vinagre, en sopa, en arroz… y la noche del 25 ó 26, finalmente: en torta.

Digo pues que no soy capaz de celebrar a gusto la Navidad con nadie. Ello no impide, sin embargo, que prepare el 24 un pavo entero, lo envine y lo rellene. No impide que bata el pan en el jugo mientras veo The Walking Dead o re-veo Roma (sólo la primera temporada). No impide, decía, que asome a la calle (otra vez famélico), el 25 en la tarde, a felicitar a toda esa buena gente que evité la noche anterior, sólo para husmear en sus cocinas los restos de un recalentado con sabor a mezclas raras, a salivas, a sobras, a huesos y, desde luego, a gloria.

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