Una creencia antigua muy viva

Los mitos y las leyendas son tan amplios como la diversidad cultural y tan antiguos como su historia misma, que se remonta milenios atrás. La riqueza de estas expresiones regionales se manifiesta en numerosas versiones legendarias de origen prehispánico.

Son los mitos y las leyendas los que nos llaman desde ese letargo que durante años ha complacido a muchos, sin embargo están ahí,  presentes, son indiscutible realidad.

Fantasía o realidad

Existen infinitas teorías sobre los orígenes de los mitos y leyendas que se dan en todos los pueblos de nuestro país.

Los mitos y las leyendas continúan surgiendo en ocasiones como derivaciones de algunas existentes y en otras como resultado de nuevas situaciones y circunstancias. Austeramente enlazadas a lo sobrenatural, muchas se relacionan con aparecidos, fantasmas, animales o figuras religiosas. En la actualidad, personas que viven en viejas casonas del centro histórico de la Ciudad de México afirman que se les aparece algún fantasma, detrás del cual usualmente hay un hecho real.

Antiguos pueblos que ahora forman parte de la Ciudad de México como Xochimilco, Tláhuac y Milpa Alta, mantienen vivas leyendas cuyos protagonistas continúan apareciendo, como el “jinete invisible” que pelea a machetazos con los pobladores, quienes afirman que se escucha nítidamente el choque del metal. La mayoría de los mitos y leyendas tienen como antecedente un personaje que existió o un hecho que sucedió.

Atrás de una leyenda, por fantástica que parezca, suele haber una verdad.

¿Cuántas leyendas y mitos tienen atrás un hecho real?, eso difícilmente lo sabremos, lo que es cierto es que el ser humano parece tener la necesidad de creer en hechos sobrenaturales que aunque no tienen una explicación racional, en muchas ocasiones le dan respuesta a exigencias anímicas, fijan valores  y costumbres y crean lazos de identidad. Son un valioso patrimonio que caracteriza e identifica a una sociedad.

El mito es una narración que, desde un lenguaje simbólico, alude generalmente al nacimiento del universo o al tema de cómo fueron creados los seres humanos y animales, o cómo se originaron las creencias, los ritos y las formas de vida de un pueblo. Para las culturas arcaicas, donde el mito emerge, éste siempre es vivido como verdadero. Es como un cuento que la tradición lo  lleva de generación en generación, es difícil de ubicar su origen.

La leyenda es una narración tradicional o una colección de narraciones relacionadas entre sí, que parte de situaciones históricamente verídicas, pero que luego puede incorporar elementos de ficción. En el mito todo es estimado como verdadero. En la leyenda se combinan verdad y ficción. La palabra procede del latín medieval legenda y significa “lo que ha de ser leído”. Denominación que procede del hecho de que algunos oficios religiosos de la primitiva iglesia cristiana se leían en voz alta leyendas o vidas de santos. Una famosa colección en la Edad Media fue “La leyenda dorada” (Legendi di sancti vulgari storiado), escrita en latín en 1264 por el dominico genovés Santiago de la Vorágine, tratado hagiográfico donde los hechos de la vida de los santos se acerca en muchas oportunidades a lo fantástico.

Otra diferencia entre mito y leyenda es que ésta última se relaciona con un lugar y una época determinados. El mito alude a los orígenes, que suelen estar fuera del tiempo. Por otra parte, el mito se ocupa principalmente de los dioses, mientras que la leyenda retrata en general a un héroe humano, como ocurre en el caso de la Ilíada y la Odisea o la Eneida. Son legendarias también las historias que florecieron en numerosas novelas de caballería durante la Edad Media y que fueron fuente de inspiración para escritores posteriores: este es el caso de la leyenda del Rey Arturo, con Carlomagno y con el alquimista alemán Fausto.

A pesar de estas diferencias entre mito y leyenda, en ambos tipos de narraciones hay un fulgor común: el de la imaginación y la veneración por los orígenes, y por lo mágico y extraordinario de la existencia.

LEYENDA CHIAPANECA

Hace muchos muchos años, a pocos kilómetros de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, los tzotziles fundaron una población a la que denominaron “Chamula”, cuyo nombre significa “agua espesa, como de adobe”.  En 1524, el pueblo fue conquistado y semidestruido por los españoles, comandados por el Capitán Luis Marín. En este lugar los espacios sagrados están marcados por los cerros que rodean al pequeño valle y por el conjunto formado por la iglesia de San Lorenzo y dos capillas.

El escudo del pueblo ostenta tres cruces plantadas frente a la iglesia de San Juan, las cuales representan a las que se yerguen a la entrada de los cementerios de los tres barrios originales del pueblo: el de San Pedrito, el de San Juan y el de San Sebastián.

En tiempos remotos había aquí un brujo negro pérfido y de muy poca paciencia que, con sólo quererlo podía provocar la muerte de sus enemigos. En virtud de los poderes especiales de que gozaba, tampoco era posible herirlo y mucho menos darle muerte. Era temido y respetado y nadie quería enemistarse con él, no fuera que les echara el “mal de ojo” y decidiera enviarles a la parca.

No existía templo alguno en Chamula, lo cual inquietaba a todos sus habitantes, que siempre se han caracterizado por su espiritualidad y misticismo. Varios de ellos se pusieron de acuerdo y fueron a visitar al brujo negro para solicitarle que les ayudara a construir una iglesia en el pueblo. Aceptó asistirles el moreno y, sin decir nada, comenzó avanzar sin detenerse hasta llegar a un punto donde, dijo, había de levantarse la iglesia.

Ahí comenzó a chiflar con fuerza. Sin dejar de hacerlo ni un instante iba, al mismo tiempo, girando lentamente sobre sus pies hasta dar una vuelta completa. Luego se dijo que estos pitidos alcanzaban a escucharse hasta las montañas vecinas, que los entregaban al eco y éste los devolvía a los testigos de este extraño ritual. Y sucedió entonces algo increíble e inesperado: al llamado del brujo, las piedras comenzaron a moverse y a transformarse en carneros.

Vinose cuesta abajo la manada de animales hasta llegar a la pequeña planicie donde el negro esperaba. Boquiabiertos, los pueblerinos observaban como a la cabeza venía un gran macho negro que reparó antes de dar un salto frente al hechicero y volver a su estado pétreo. Los demás animales llegaban corriendo de igual manera hasta estrellarse contra el suelo y convertirse en piedras también. Al final se había acumulado un montón de ellas en la planicie que sirvieron para levantar los muros de la denominada iglesia de San Juan, aún hoy, el centro del culto católico en este lugar.

Esas rocas no eran suficientes para terminarla y el brujo lo sabía, por lo que continuó el ceremonial. Lanzó la orden también a las piedras de otros cerros cercanos para que siguieran el ejemplo de las primeras. Todas obedecieron menos las del cerrito a la izquierda de la carretera. Desde entonces éste se llama Chajancavitz, que en tzotzil quiere decir “cerro de las piedras haraganas”.

Quizás hubiera sido distinto de saber el negro cuál era su destino, pues en esta iglesia se respira una atmósfera mágica y los tzotziles de Chamula y de los alrededores siguen rituales con gran devoción y solemnidad. Dentro se percibe un suave aroma de incienso que invita a la reflexión. Ahí se han colocado innumerables velas pequeñas que iluminan siempre al templo y que se asoman al exterior un solo día al año: 24 de junio, cuando se celebra la fiesta del patrono del pueblo.