Declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad en 2010, la gastronomía mexicana forma parte de una identidad y de una tradición milenaria que ha encontrado eco en distintas partes del mundo. México es reconocido tanto por su riqueza histórica como por sus tesoros naturales, pero sin duda una de las mayores atracciones para todo aquél que nos visita es la comida; sí, el estomago ha sido el mejor puente con personas de otros rincones, la vía por la cual brindamos una parte esencial de nosotros mismos.
Rito y pasión, la comida de la tierra mexicana ha sido el fruto de una serie de encuentros ya sea con lo religioso o con las costumbres de otras culturas. Con influencias europeas, asiáticas y africanas, los platillos de esta región muestran una enorme diversidad que puede verse en cada estado del país. Chapulines, hormigas y guajolotes, pasando por el maíz, el frijol, el nopal, la tuna, etc., el mosaico culinario nos plantea una gran variedad de sabores, colores y olores para todos los gustos.
Los cimientos de toda esta riqueza gastronómica podemos encontrarlos en la época precolombina, cuando diversas celebraciones a los dioses y a los mitos, requerían, a la par de una ceremonia, la preparación de un alimento; de esta manera el culto hacia la muerte, al sol, a las almas, al igual que sucedía en las bodas o hasta en las guerras, se vinculaba directamente con la cocina. Sabor y deber, placer y solemnidad, todo se conjuga para ser servido en la mesa.
Manjares como el pozole, el mole, las tortillas, el chocolate, la cochinita pibil, junto con bebidas icónicas como el tequila, el pox, el mezcal, el pozol, el tejuino o el pulque, muestran el rostro de un México vivo, que marca unidad y diferencia a través de sus delicias culinarias.
Conocer la cocina de una nación es conocer también una parte íntima y sagrada de un pueblo, es ver la imagen de un nuevo mundo oculto entre volcanes y montañas.
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